¿Cómo comenzamos el 2010? De una muy buena forma: Yendo al cine a ver una gran película. Antes de este filme, se podía encontrar cierto factor común entre todas las grandes películas del cine de todos los tiempos: tenían personajes fuertes, un elenco perfecto y un gran argumento. Convengamos que estas cosas son difíciles de lograr si uno tiene como meta dar un festín visual para su audiencia, y esa parece que fue la meta de James Cameron. Avatar nunca promete una gran historia que vaya a restaurarte la fe en la humanidad o que vaya a desafiar tu intelecto o tus deseos más profundos. Es más, después de verla y cuando se te pase la excitación, verás que presenciaste una visión alternativa de Danza con lobos o de Pocahontas. La historia no es lo principal.
Esta película promete un paraíso para los ojos, y es lo que te brinda. Es una nueva definición de espectacular. Es tan espectacular, que mientras te tiene atornillado a la butaca del cine por más de dos horas y media estás tratando de encontrar una palabra nueva para espectacular. Es más, lleva los conceptos de "inimaginable" y "colorida" a un nivel completamente nuevo. Impresiona en cada momento, en cada fotograma. Verla en 3D es una experiencia abrumadora, fantástica. Debo decir que no se me cansaron los ojos por el uso de los anteojos durante toda la proyección (cosa que con otras películas no me pasó). La verosimilitud de todo es lo que te sorprende, todo es demasiado real para ser fantasía. Por más que todo el mundo quede extasiado por el logro de Cameron de generar todo un planeta con fauna, flora y habitantes en su mente y llevarlos a la pantalla, yo me sorprendí cuando se lo ve a Sam Worthington en su silla de ruedas con las piernas descubiertas... mostrando piernas de un verdadero lisiado, no las del actor (que hemos visto correr a lo loco en Terminator Salvation).
Todas las películas tienen debilidades. Inclusive James Cameron como director tiene las suyas. No obstante, Avatar va a marcar un antes y después en la forma de ver cine, y Cameron volverá a reclamar su trono de Rey del Mundo.
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