Bueno, llegó el miércoles y alguien tiene la palabra. Un ya clásico en esta columna, nuestro querido Mondoamigo el_bru, esta vez reflexiona sobre otro clásico, pero de la Historieta Argentina, como es Mort Cinder. Con ustedes, el_bru:
Mort Cinder, detective
por el_bru
por el_bru
Hay algo escurridizo en ese juego, de sospecha y adivinación quizás, que es definir el género de una obra. Y es, tal vez, que el analista (el lector) va confiado a decir “el género es tal”, casi sentenciando, y siempre queda una duda, un resquemor de que la adecuación no sea total, de que algún factor nos haga pensar en otra alternativa.
Hace poco leí que por detrás de la idea del género hay un principio de contaminación; no es factible encontrar la cosa pura (el género puro) sino que ésta siempre se presenta mezclada (no habría, entonces, género puro).
Y de ahí el título de este texto, que tiene, de algún modo, la intención de dejar en claro cierto matiz “policial” (aunque no haya policías; quizás sea mejor llamar a este tipo de relatos “de enigma”) en una historieta que nadie recuerda por pertenecer a ese género. (Recorro las páginas de la edición de la Biblioteca Clarín de la Historieta. Allí Muñoz dice que, a diferencia de Sherlock Time, personaje de la anterior obra que reunió a la dupla Oesterheld - Breccia, Mort Cinder no es un detective.)
Quizás lo problemático de Mort Cinder es que no hay una homogeneidad en cuanto a los géneros. Saccomano, en ese prólogo tan bueno a la edición de Clarín, enumera algunos: la novela policial negra, la aventura marina, la batalla histórica. Podemos agregar el horror o la ciencia ficción. Pero seguro que alguno se me escapa.
Lucas Berone (www.historietasargentinas.com) encuentra que la paranoia es, en Mort Cinder, una constante entre tantas variables; yo, menos agudo y más apurado, voy a buscar una categoría renga, un verosímil crítico que haga agua: el olvido (lo dijo un francés, que por francés tiene razón) es una condición sine qua non de la lectura y de la interpretación.
Hay una escena repetida que oficia de marco en todas las historias (menos dos: El anticuario y Los ojos de plomo) que componen la edición de Clarín: un diálogo entre Ezra y Mort que culmina con el inmortal narrando una historia. Y también hay un disparador, algo que genera las condiciones de un relato segundo (pero no secundario).
En ese marco asistimos a la aparición de un enigma (puede ser por el examen de algún artículo comprado por Ezra, pero no siempre) y se requiere de la revisión de la memoria de Mort para resolver ese interrogante.
En la tradición policial que inaugura Poe se han tipificado tres tipos de policiales, uno de los cuales es aquel en el que el detective resuelve un caso sin presenciarlo, mediado por una distancia (temporal y espacial) que suele ser la del relato.
En Mort Cinder, la memoria permanece inmaculada, no degradada por el tiempo (aunque la memoria de Mort sea diferente de la de Funes: a éste lo acosa todo el tiempo, a aquél solamente le habla a través de los objetos… Mort, antes que un gran memorioso es una especie de intérprete o de traductor de los fragmentos de vida que quedan plasmados en las cosas), y ésta es interrogada por Mort y Ezra a partir de las preguntas que les van surgiendo a medida que transcurre su vida. El pasado, entonces, es un vacío, la pregunta es una fuerza, la respuesta es un relleno transitorio (a medida que cambian las preguntas, el pasado se llena de nuevas respuestas y produce nuevos interrogantes, la vida se vuelve un cuestionar incesante, un piso en el que no se hace pie).
La interrogación como actitud frente a la realidad es lo principal en el relato de enigma en general y también, sin ninguna duda, en la dinámica de la pareja protagonista en este relato particular: constantemente dudan de veracidades y falsedades presupuestas, restan valor a lo que parece importante y valoran infinitamente lo que parece vano. En resumen, después de la interrogación se llega a un cambio epistémico, de conocimiento (me animaría a decir que sin necesidad de la respuesta: el hecho de cuestionar lo conocido lo hace cambiar de estatuto), un conocimiento que, finalmente, tiene el trágico destino de permanecer en el relato.
Pero ya que estamos interrogadores cuestionemos esta idea (de signo trágico) de permanencia en un relato: prefiero desdecirme, sospechar de mí. El relato (o mejor: algún relato) puede abrirse paso, traspasar la barrera del papel, los barrotes de la tinta, quebrar la cuadratura de la viñeta (subvertir la permanencia) y producir algún cambio epistémico en nosotros (el relato como forma de conocimiento). No son todos los relatos, pero éste en particular creo que logra crear una brecha en el límite de la ficción para escaparse del libro y tensionar nuestra impermeabilidad, nuestro lugar de simples espectadores. ¿Será posible que Mort nos contagie esa compulsión (esa paranoia) interrogadora? ¿Será posible que nos demos cuenta de que el pasado no está tan muerto como creemos? ¿Será posible que interroguemos nuestro pasado? ¿Será posible?
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