Bueno, aquí estamos con otro capítulo de "Vos tenés la palabra" aquí en Mondo. Esta vez nuestro querido Mondoamigo el_bru, reflexiona sobre la relectura de un clásico de Vertigo: Transmetropolitan, de Ellis y Robertson. Ya que estamos, el_bru abrió su propio bloguete, que obviamente invitamos a conocer en este link. Con ustedes, el_bru:
Las dos Transmetropolitan
por el_bru
Releer tiene esa magia, esa cosa extraña que hace que aquello que se lee no parezca igual a la vez anterior. No. Mejor ampliemos la afirmación; digamos que la repetición de toda actividad de recepción estética produce este efecto de diferencia sutil. El urinario de Duchamp no es el mismo visto una segunda vez. Tampoco es la misma The Fountain de Aronofsky. Mucho menos lo es Echoes de Floyd. Y ni hablar de El proceso de Kafka. Y lo mismo podemos decir de una historieta, en este caso (porque la estoy releyendo) Transmetropolitan de Warren Ellis y Darick Robertson.
Me repito: no es igual, no me está pareciendo igual.
Cuando la leí por primera vez, recuerdo que lo primero que me llamó la atención fue lo desaforado del guión. Los diálogos, el lenguaje que utilizan, son absolutamente libres, recargados de insultos de lo más imaginativos y de un humor ácido que, parece ser, es la marca característica del amigo Warren.
Transmetropolitan empezó (aquella vez que la leí, hará dos o tres años) despacito, con poco ritmo, tal vez por eso que decía del guión (me costaba acostumbrarme a ese uso del inglés tan poco frecuente en los libros de texto escolar que usaban en el instituto donde iba a aprender) y porque el dibujo era detallista, muy cargado, con unos diseños de página casi tan desaforados como los diálogos y las acciones que contenían. Con todo, lo verdaderamente fascinante era (y es) el personaje principal: Spider Jerusalem, un periodista de los que buscan la Verdad. Loco, drogadicto, carente de filtro, hijo de puta, fumador compulsivo, ácido, idealista, impulsivo, cojonudo; esa sería una lista abreviada de calificativos posibles. Lo cierto es que no alcanzan y hay que verlo cómo se para y cómo se mueve, leer lo que dice y cómo lo dice, para entender la fuerza que Spider le imprime a la historia.
Recuerdo que la primera línea argumental no me produjo ninguna reflexión en particular: en Back on the Street, Spider Jerusalem vuelve de su exilio autoimpuesto porque adeuda la escritura de dos libros a su editor y la primera cuestión que lo ocupa es investigar las actividades de los transients (unos muchachos que se modifican partes del cuerpo mediante cirugías para parecerse a extraterrestres), lo cual lo lleva a encontrarse con dos cosas: primero, el vacío ideológico de estos transients representado en su líder (que solo se dedica a estar de fiesta) y reflejado en los otros (muchos de los cuales se hicieron transients porque no tenían para donde disparar); y segundo, queda justo en el medio de un episodio de represión atroz. Leído hoy, después de mucho tiempo y muchas otras lecturas, Back on the Street me pareció una reflexión sobre las luchas de poder que encabezan las “minorías” en busca de obtener derechos o alguna cosa parecida. Me repito otra vez: la historieta no me está pareciendo igual.
Por estos días ya leí casi un tercio del total de números (casi 20 de 60) y la sensación que me está dejando Transmetropolitan es otra. La historia, por donde voy leyendo, narra las idas y vueltas de Spider investigando a los candidatos a presidente de EEUU; al parecer hay un presidente muy nazi en el poder, pero el candidato que le puede hacer fuerza es una ameba saturada de valium apodada The Smiler (“el sonriente”): Spider se ve en el brete de tener que elegir al mal menor y apoyarlo desde su popular columna. Recuerdo que cuando la leí allá lejos y hace tiempo me pareció una profecía: se estaban acercando las elecciones y Bush se estaba candidateando, yo tenía muy presente un montón de minucias de la coyuntura sociopolítica del momento y mi cabeza relacionó inmediatamente lo que pasaba en Transmetropolitan con la coyuntura estadounidense. Hoy, por el contrario, me encuentro leyendo y pensando en la coyuntura política de la Argentina, algo que no acostumbro. No quiero que esto sea una bajada de línea ni ponerme a argumentar por qué Heller, en la historieta, me hizo acordar automáticamente a tal o cual político argentino de mucho poder. Esa es mi lectura, que está cruzada por mis creencias e ideales políticos, por lo que sé y por lo que no, y principalmente por lo que leí en estos años. Lo remarco otra vez: esa es la magia de la (re)lectura.
No recuerdo si fue Italo Calvino el que dijo que los clásicos eran tales porque las lecturas que hacían las generaciones posteriores a la de su escritura generaban la impresión de que el libro seguía hablando de su propio tiempo (releer es reescribir). Si bien la historieta es un medio bastante joven como para que nos pongamos a hablar de clásicos o no (y mucho menos refiriéndonos a una escrita y dibujada en los noventas), me parece oportuno hablar de Transmetropolitan como una de las mejores historietas que (re)leí en mi vida. La coyuntura argentina hace que esté privado de una edición en papel y lo esté leyendo de la computadora, pero de esa magia rara que me deja la sensación de estar leyendo algo diferente de lo que leí aquella vez, de eso no estoy privado.
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